agosto 01, 2006

Hojas de Plaza

¿Costumbre o manía?, no se pero que me encanta, me encanta. Nueve de la mañana en un banco de plaza leer un buen libro para comenzar el día. Me apasiona el ambiente, de palomas dibujando sonrisas en los ancianos que las alimentan, de niños embriagando la realidad de fantasías entre risas y voces inventadas, del pasto húmedo por el rocío mañanero, del lejano murmullo de los autos por la avenida, de ella. Esa mujer de rasgos finos y misteriosos, de esbelta figura y oscuro vestir, mujer que lee, al igual que yo de izquierda a derecha, eso es lo único que conozco de su mirar, la danza que ejerce con las letras.
Mañana tras mañana siento una conexión mientras cada uno en su libro devora historias inventadas y no tanto. Me distrae y quiero odiarla por romper mi rutina, pero en cambio cada día leo más las líneas de su cuerpo que de mi acompañante matinal. Creo amarla con el pasar de las horas, y no se como acercarme, como robarle un hola o una simple sonrisa.
Los viejos siguen con sus palomas, y yo pasando hojas de mi alrededor que ya son otoño. Pero los viejos no son siempre los mismos, con los meses se renuevan, bah los viejos no se renuevan… se marchitan y mueren, o al menos eso parece. Esos viejos como flores si se acercan, si llegan a ella, ¿o ella llega a ellos?. Las miguitas pareciera que huyen hacia ella y las palomas locas por alimentarse la acorralan, ella, misteriosa como siempre, las espanta con la mirada y los viejos la riegan en perdones, a ellos no los espanta los engrandece con una amable sonrisa, y yo como loco ya pienso en destrozar pancitos y bombardearla en miguitas, pero lo único que consigo es darme gracia de lo absurdo que soy, lo infantil que suena conquistar una mujer con palomas y miguitas.
Don Osvaldo, el llegó a ella. Se sienta casi todas las mañanas y hablan, se escuchan. Todo esto se ve desde mi humilde posición en el banco de plaza, soy un espectador de situaciones cotidianas. Osvaldo y ella, la dama sin nombre, captan mi atención, mi necesidad de saber, quien es, que hablan, que piensa… si ama.
Un año, un año en el que leía casi quince libros dependiendo de su tamaño, y en este año transcurrido solo seis sin mucha atención pasaron por mí. Osvaldo… hace meses que no se lo ve, algún que otro compañero de miguitas dijo que falleció de cáncer o algún otro malestar grave, a ella la vi en penumbra por días, se notaba la tristeza en su cuerpo, pero mi timidez es mayor a la curiosidad y no pude acercarme una vez mas. Rosa lleva a sus nietitos a jugar en el arenero y se sienta a tejer a su lado. La ternura brota de sus ojos al mirar a Rosa, me doy cuenta, ríe con fuerza ante las anécdotas de la anciana, y a la vez parece que llorara por dentro. A veces me pregunto que tristeza respira ella ya que la felicidad no tiene gestos en ese rostro tan bonito.
Hoy fue distinto, sus manos soltaron los libros, y abrazaron a Rosa. Fue intensa la imagen, pareció que el tiempo se detuviera y en el abrazo se fuera algo de nosotros, un recuerdo, una caricia, una risa…
Se soltaron y Rosa llamó a sus nietitos y se marchó, parecía satisfecha.
-Sábato- dijo frente a mí. Alcé la vista y contemple desde mi perspectiva primero sus labios, y luego su mirada.
–Loco, un poco loco, pero a mi me gusta decir diferente…-. Seguía diciendo y yo solo miraba expectante de la situación. Era como si esperaba que alguien me dijera que hacer.
-Si, ves otras cosas, como si alguien te creara nuevos mundos verdaderamente, y uno está adentro-. Opiné sin saber que quería decir realmente.
-Y vos ¿vivís otro mundo aparte de este?- señalaba el libro mostrando su delicada uña esculpida.
-Claro, vivo éste; o trato de vivirlo mejor dicho-.Contesté apurado y simulando calma.
-Y si muy fácil no se hace, pero algún gusto te das por lo que noté, todas las mañanas acá, leyendo, espiando…-. Silencio. Espiando, esa palabra causó conmoción en mis adentros, mis neuronas a toda marcha pensando algo para decir, algo inteligente, algo que no fuera a olvidarlo -Solo así parecía que podía participar de tu vida- fue lo mas inteligente que se me ocurrió.
Con soltura respondió -Pero tan lector que eres y no sabes que existen las palabras, porque tu mirada no siempre quiere hablarme-. Me sonrojé, y ella cedió una leve sonrisa.
–Entonces, empecemos por el principió, ¿Cómo te llamas?- pregunté con aires de caballero que domina la situación y le tendí la mano para que se sentara.
-Margaret, antiguo si, pero recordable-. Dijo sentándose a mi lado.
-Mariano, sigue vigente-. Puse el señalador en la página que estaba leyendo, cerré el libro y apoyé mis manos sobre él.
-¿Y por qué tanto interés en participar de mi vida? Solo soy una desconocida leyendo en un banco de plaza-. Dijo levantando los ojos y moviendo la cabeza hacia los lados.
-Curiosidad. Quizá porque soy lo mismo que tu, un desconocido tratando de leer en un banco de plaza, además simplemente quería hacer algo que quede eterno en ti, devolverte el favor en otras palabras, porque vos ya sos eterna en mi-. Dije buscando su aprobación. Sonrió y dijo –La curiosidad no siempre es buena, a veces encuentras lo que menos esperas, y yo soy de esas cosas-. Nos mirábamos intensamente y supe que no era así. Había algo en ella que era solo para mi, algo único.
Acerqué mis labios a los suyos, y desee que la suerte me acompañe. Libros al suelo y las palomas tomaron vuelo, en ese torbellino sentí su tibia boca y sal. Sus ojos lagrimeaban, y no entendía porqué. Sequé sus lágrimas con mis pulgares mientras nos besábamos como si maquillara sus pómulos. Éramos analfabetos del otro cuerpo, pero lentamente empezábamos a entender. Ella, Margaret, me daría la eternidad que buscaba. Solo ahí comprendí que la muerte nos regala todos los días un mañana pero cuando comparte el hoy solo nos queda el ayer.